Sigue el diálogo
DE LOS DOS ROTITOS, EL DEL SUR I EL
DEL NORTE, TOCANTE A LA POLITICA

  El del norte.—Dígame amigo, Pauli-
no, ¿cómo ha pasado en el dieciocho?
cuénteme, si tiene algo de nuevo.

  El del sur.—Compinche nortino, pa
que los volvamos a juntar voi a contar
una cosa que acaba de suceder en una
de las calles mas principales de San-
tiago.

El hecho es el siguiente:

  Uno de los crimenes mas horrorosos
que se pueden apuntar en los anales.
El crimen sucedió en la calle de Mo-
randé, Cuanta la prensa que un tal
Marocelino Garrido, casado con Jacoba
Salas, dicen las malas lenguas que
siempre tenian riñas i que ella tenia la
culpa: mas no sé si será así: no lo pue-
do asegurar; a mí no me consta, Cuan-
do llegó el dia en que él se hizo desgra-
ciado asesinando a su mujer, pero de
una manera horrorosa

  El del norte.—Amigo, yo hallo que lo
que hizo Garrido es uno de los críme-
nes mas feos de los que se han conocido
en Chile, porque, a mas de darle muerte
tan atroz, ligada por todas partes con
un cordel, dicen que le llenó la boca
con trapos empapados con parafina, i
aun parece que estaba sin lengua;
porque si no queria vivir con ella ¿qué
te costaba dejarla i mandarse cambiar?

  El del sur.—Es mui verdad: i agora
el pobre tendrá que ser afusilado, por
que no es la primera que ha hecho: ya
tiene dos mas, según se dice de mui
cierto: por eso la justicia no podrá ha-
cerse desentendida, i el pueblo no pidirá
misericordia para él. Todos pedirán el
castigo i que sea fusilado.

  El del norte.—Pero, cumpa, yo tam-
bien soi cristiano i aquí me horroriza
el crímen al pensar en él i no me gusta
ver correr sangre de mis hermanos;
pero aqui yo seria el primero que le-
vantaría mi voz, si lo llegasen a perdo-
narlo, diciendo que no era justo lo quel
habia hecho la justicia perdonando a
un criminal.

  El del sur.—Agora le toca a don Se-
verico que salga con la pampirolá per-
donando a Garrido siendo tan criminal,
como perdonó al de la villa del Buin.
Ese era de razon perdonarlo, pero éste
nó: porque ya apesta lo que hizo.

  El del norte.—Pulino, dejemos este
punto, que ya los lectores lo saben me-
jor. Agora vamos a hablar de politica:
me gusta tu nombre, porque es igual
como el de un gran bombre que hai en
la Cámara, que no lo amedrentan ame-
nazas ni escomuniones: él defiende su
derecho, El hombre que le nombro per-
tenece, me creo, al partido radical; es
un hombre que no tiene pelos en la len-
gua cuando se le ofrece hablar: él fué
el que defendió mas al candidato Re-
yes.

  El del sur.—Pero ¿quién es aquel que
se va a dejar humillar por otros, siendo
que lo que está defendiendo es la ver-
dad? Hasta yo, si fuese diputado o sena-
dor, i defendiera una causa igual, no
me faltarian palabras para hablar i de-
fender enérjicamente mi derecho.

  El del norte.—Me gusta, amigo, que
no sea leso i no se deje engañar porque
le enseñalan un puñado de oro, como lo
hacen otros ambiciosos que les parece
que con venderse por mil o mas pesos,
es mui bonito i mui decente no miran
que la plata se acaba, para manchar su
conciencia i deshonrar su familia, tal.
vez hasta ja quinta jeneracion.

  El del sur.—Amigo Cárlos, agora hai
otra cosa con el nuevo Ministerio, que
icen que too es conservador, i a mí
me parece que por encima no mas, pero
por dentro nó, porque siendo los hom-
bres liberales, es imposible que se vuel-
van conservadores, Hai, eñó, un refran
que ice que la cabra busca el monte, i
el que ha sio moro viejo no puede ser
buen cristiano Habrán algunos, yo no lo
niego, pero si hai dos donde hai seis, son
cuatro de mayoría.

       (Continuará)

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