Valparaíso, 4 de Marzo de 1889

  Enfermos, buenos y sanos
Hoy día le hacen la vénia,
Al grán doctor Castellanos
Especialista en la ténia.

  Tánta confianza ha inspirado
Este doctor Castellanos,
Que miles lo han consultado
Y se han puesto entre sus manos

  Cuantos donde él han ido
Á buscar la mejoría,
De sus manos han salido
Libres del mal que existía.

  Da gusto ver el contento
Que este doctor ha causado,
Á los que de un grán tormento
El con su ciencia ha librado.

  El buen doctor amanece
Cada dia más famoso,
Y bien su fama merece
Por su talento asombroso.

  Unánime es la opinión
Entre los que él ha curado,
Que es con sobrada razón
La fama que él ha alcanzado.

  Pero no falta jamás
Quién envidie al que prospera,
Envidiosos por demás
Hoy al doctor vitupera.

  Y esto lo hacen de un modo
Vulgar y sin miramiento,
Que demuestra sobre todo
La falta de entendimiento.

  Uno de esos hombres vanos
Guiado por su malicia,
Al buen doctor Castellanos
Acusó ante la justicia.

  Lo acusó de estafador,
De charlatan, y farsante,
Y la justicia al instante
Procedió contra el doctor.

  El señor juez decreto
Órden de allanamiento,
Esto de gozo llenó
Al que hizo el acusamiente

  Siendo esta una ocasión
De obrar con mucha destreza,
Se confió al sargento Mesa
Cumplir con esta misión.

  Cómo la misión cumplió
En los diarios pueden ver,
Pues muy segura estoi yo
Que á mí no me han de creer.

  Cuando á la casa llegó
El sargento con su gente,
La órden del juez leyó
A los que estaban presente.

  Asi la casa allanaron
¡Háce visto tal maldad?
Y con grán prolijidad
Las ténias falsas buscaron.

  Tenían la convicción
Que ténias artificiales
El buen doctor por millares
Guardaba con precaución.

  Y descubrir dónde estaban
Era lo que ellos querían,
Pero en vano las buscaban
Las tenias no parecian.

  Cuanto cajón encontraron
Con llave ganzúa abrieron,
Buen desengaño sufrieron
Pues nada en ellos hallaron.

  Todos los libros hojearon
Estos mal aventurados,
Pero por más que buscaron
Salieron desconsolados.

  Ténias de entre las hojas
Ni lo que es una sacaron,
Ni ténias blancas, ni rojas,
En los libros encontraron.

  Creyeron que encontrarían
Desecadas como flores,
Ténias de varios colores
Que al doctor acusarían.

  Mas nada, nada, sacó
El pobre sargento Mesa,
Pues ni una ténia encontró,
Ni siquiera una cabeza.

  Al fin sin dar en el hito
Dejaron de registrar,
Pues el cuerpo del delito
No pudieron encontrar.

  Tánta cólera le dió
Ver su pesquiza burlada,
Que nueva órden impartió
Y aquí está la salvajada.

  Dió órden de desnudarse
A todos los empleados,
Estos lo más indignados
Empezaron á quejarse.

  Pero el sargento no oía
Por mucho que se quejasen,
Y la justicia exigía
Que todos se desnudasen.

  Ni el secretario escapó
De un mandato tan grosero,
Porque á él se le ordenó
Se desnudase primero.

  Este lleno de impaciencia
Por órden tan singular,
Trató de hacer resistencia
Como era muy natural,

  Pero de nada sirvió
Que él se quisiese oponer,
La justicia allí insistió
Y él tuvo que obedecer.

  Cuando la justicia ordena
Con mano armada ¿qué hacer?
Resignarse en hora buena
Y tratar de obedecer.

  No se si esta será bola
O si habrá algo de verdad,
Que un tal doctor ¡carambola!
Ordenó esta atrocidad.

  Si es verdad esta rudeza
Y esta falta de respeto,
Muy poca delicadeza
Debe tener el sugeto.

  Después que se desnudaron
El secretario y empleados,
Las ropas les registraron
Pero salieron chasqueados.

  Porque ténias no encontraron
Entre la ropa escondidas,
Ni tampoco las hallaron
En los zapatos metidas.

  Vergüenza da que esta gente
Que viene de un pais lejano,
Le haya pasado esta mano
Tan fea y tan indecente.

  Á esa hora el doctor
Que andaba fuera ese día,
Volvía á su casa y ¡qué horror!
¿Qué era lo que sucedía?

  Ajentes de policía
Estaban en posesión,
Y á su hermano lo veía
Desvestido en el salón.

  Del mismo modo veía
A todos sus empleados,
Y estos pobres parecía.
Estar atemorizados.

  El doctor con grán sorpresa
Preguntó lo que pasaba,
Respondió el sargento Mesa
Que la casa se allanaba.

  La órden del juez mostró
Para tal procedimiento,
Y al doctor se le intimó
Se desnudase al momento.

  El doctor enfurecido
Pudo apenas dominarse,
Y muy firme y decidido
Resolvió no desnudarse.

  Dijo lo más enfadado
Que esa órden no obedecía,
Sólo se desnudaría
Si por la fuerza obligado.

  Esta respuesta infundió
Cierto respeto al sargento,
Que al oirla desistió
Llevar á cabo su intento.

  Viendo que ya no podía
Sacar ninguna ventaja,
Echó mano de una caja
Que el doctor allí tenía.

  Esta caja contenía
Preciosas preparaciones,
De que el doctor se valía
Para hacer sus curaciones.

  Unos frascos que encontró
Con ténias en aguardiente,
Creyó ser prueba evidente
Y de ellos se apoderó.

  Cartas y apuntes tomó
Que había sobre una mesa,
Y hasta una música impresa
Al juzgado se llevó.

  Y mientras en el juzgado
Se ventila la cuestión,
Los enfermos han estado
Impacientes con razón.

  A la casa del doctor
A toda hora han ocurrido,
A pedirle por favor
Dispense lo sucedido,

  Y siga siempre prestando
Sus servicios esmerados,
A los que salud buscando
Van donde él esperanzados.

  Esto al doctor ha probado
Que se aprecia su talento,
Y que el pueblo entusiasmado
Cree en su medicamento.

  Sirva esta demostración
Que él tan bien ha merecido,
Para calmar la impresión
Del disgusto que ha sufrído.

  Este es el deseo de una persona muy
agradecida al señor doctor Castellanos
por sus servicios profesionales.

       TORITO.
Imp. Valparaíso de C. Rosas–Jaime—4

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