SEGUNDA PARTE

    Venid, pueblo soberano,
Pidamos su gracia plena,
A la que es madre de Dios
De ánjeles i santos reina;
Que puede con su poder
Sacar una alma de pena;
I que jamas abandona
A los que se valen de ella.
Recémosle su rosario,
Esta es la mayor ofrenda
Para conseguir su gracia,
I para que nos conceda
En su trono colocar
La alma del señor Mackenna,
Por los beneficios que hizo
A los pobres en la tierra.
Emperatriz seberana
La mas bondadosa i tierna,
Todo esté de vuestra mano
Mano que a nadie se niega,
No te olvides Vírjen pura,
Pura como la azucena,
De hacernos este favor
Favor que con ansia espera,
La cristiana poblacion
I la juventud chilena.
Tú, señora, que habeis visto
Desde la mansion eterna,
Cómo recibió la patria
A un hijo de alma tan buena
Cuando la terrible muerte
En él descargó su flecha.
Ese dia desgraciado
Estaba en su propia hacienda,
I de alli al ilustre muerto
Para Quillota lo llevan,
I despues para Santiago
Donde esta su parentela.
Por el telégrafo a todos
Los pueblos se da la nueva.
I aquella infausta noticia
Con dolor al alma llega,
I él pesame a su familía
Mandan por la misma cuerda;
La estación central se llena.
Como seis mil habitantes
O algo mas, quién lo creyera;
Allí están pobres i ricos
Reunidos en la espera,
Aguardando el tren espreso,
Que llegaba a la una i medía.
De Valparaiso venia
Una comitiva inmensa,
Bomberos i gobernantes
Que esa gran ciudad gobiernan.
Lo mismo aqui sucedía
Pues la población entera,
Bajo los grandes galpones
En tumulto se aglomera.
A mas de la aristocracia
Toda la jente plebeya,
Guarda un profundo silencio
I están como si asistieran
A una procesión solemne
En una sagrada iglesía;
Mas al instante que ven
A la máquina de cerca,
El silencio se interrumpe
Porque las músicas suenan
Al fin, la locomotora
Paró i entonces empieza
A resonar el clarin
Para infundir mayor pena;
Bajaron el ataud
I muchas personas llegan,
A depositar coronas
De las mas lujosas perlas.
Tan lindas tan adornadas
Que era un gran deleite verlas:
Formados los batallones
Como en procesión le llevan,
A la Merced donde viste
De luto toda la iglesía,
Allí se le hacen las honras
I funerales exequias;
Los ilustres caballeros
De mas elevada esfera,
Socios de la relijion
Católica verdadera
Asistieron a la misa
Con gran fé pidiendo en ella,
El descanso de aquella alma
A la majestad, eterna;
Concluida la ceremonia
Se pone el cortejo alerta,
Para llevarlo a la tumba
Que con tiempo tenia hecha.
Vestido de negro luto
Ya un niño de edad mui tierna:
I era hijito del finado
I que el mismo nombre lleva.
Cuando llegan a la ermita
Oradores de elocuencia,
Pronunciaron sus discursos,
De pésame i condolencia,
I era el último servicio
Que a un fiel amigo le presta:
He aquí un corto bosquejo
Arreglado a la lijera.
Porque no será capaz
La inspiracion de mi vena,
De dar mas largos detalles
En la forma que debiera.
Al concluir noble pueblo
El autor os recomienda;
Conserves este retrato
Como una reliquia o prenda,
I este será un gran estimulo
A las familias que vengan,
I tambien debe ser una
Memoria imperecedera
De este ilustre ciudadano
A quien Dios dé gloria eterna.
Perdonad todas las faltas
Que hayan en esta leyenda,
Porque ya nuestra memoria
No está exactamente buena,
Para mi será un pesar
Si de inútil me condenas,
I si no me perdonais
No me he de morir de pena.

       Bernardino Guajardo.

Impreso por P. Ramirez.— Echáurren, 6

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