LAMENTACIONES
DE UN PRESIDARIO

  Yo no se como llegué
a la justicia ordinaria,
eso si con con la sumaria
fuí a la càrcel ahí mismo,
que por un uuevo bautismo
la llaman Penitenciaria.
El porpue tiene ese nombre
nadie me lo dijo a mí,
mas yo me lo esplico así:
le diran Penitenciaria,
por la penitencia diaria
que se sufre estando allí.

  Pobre, que cae en desgracia
tiene que sufrir no poco;
nadie lo ampara tampoco
si no cuenta con recursos;
el gringo es de mas discurso
cuando mata, se hace loco.
No se el tiempo que corrió
en aquella sepultura;
si de afuera no se apura
el asunto va con pausa;
tienen la presa segura
i dejan dormir la causa.

  Ignora el preso a que lado
se inclinará la balanza,
pero es tanta la tardanza
que yo les digo por mí:
«el hombre que dentre allí
deje afuera la esperanza.
Sin perfeccionar las leyes
perfeccionan el rigor;
sospecho que el inventor
habrá sido algún maldito;
por grande que sea un delito
aquella pena es mayor.

  El mas altivo varon
i de colmillo gastado,
allí se verà agobiado
i su corazon marchito
al encontrase encerrado
a solas con su delito.
En esa càrcel no hai toros,
allí todos son corderos;
no puede el mas altanero
al verse entre aquellas rejas
sinó abajar las orejas
i sufrir su duro encierro.

  I digo a cuantos ignoran
el rigor de aquellas penas,
yo que sufrí las cadenas
del destino i su inclemencia;
que aprovechen la esperiencia
del mal en cabeza ajena.
Eso es para quebrantar
el corazon mas altivo;
los llaveros son pasivos
pero mas cecos i duros
talvez, que los mismos muros
en que uno jime cautivo.

  No es grillos ni en cadena
en lo que usted pensarà,
sino en una soledá
i un silencio tan profundo,
que parece que el mundo
es el ùnico que está.
Ai¡ madres, las que dirijen
al hijo de sus entrañas,
no piensen que les engaña
ni que les habla un falsario;
lo que es el ser presidario
¡solo se sabe en campaña!

  Hijas, esposas, hermanas,
cuantas quieran a un varon,
diganle que esa prision
es un infierno temido,
donde no se oye mas ruido
que el latir del corazon.
No tiene allá el dia, sol
ni la noche tiene estrellas
sin que le valgan querellas
por fuerza lo purifican
i sus làgrimas salpican
en las paredes aquellas.

  En soledad tan torrible
de su pecho oye el latido;
lo se porque lo he sufrido
i créame el auditorio:
talvez en el purgatorio
las almas hagan mas ruido.
Cuenta esas horas eternas
para mas atormentarse;
su lágrima al derramarse
calcula en sus aflicciones,
contando sus pulsaciones,
lo que dilata en secarse.

  Allí se amansa el mas bravo
allí se dobla el mas fuerte,
el silencio es de tal suerte
que cuando llegue a venir,
hasta se le han de sentir
las pisadas a la muerte.
Adentro mismo del hombre
se hace una revolucion;
metido en esa prision
de tanto no mirar nada,
le nace i queda grabada
la idea de perfeccion.

  En mi madre, en mis amigos
i en todo pensaba yo;
al hombre que allí dentró
de memoria mas ingrata,
fielmente se le retrata
todo cuanto afuera vió.
Aquel que ha vivido libre
de volar, por donde quiera,
se aflije i se desespera
de encontrarse allí cautivo;
es un tormento mui vivo
que abate al alma mas fiera.

  En esa estrecha prision
sin poderme conformar,
no cesaba de esclamar:
¡Que diera yo por tener
un caballo en que montar
i una pampa en que correr!
En un lamento constante
se halla siempre encerrado;
el castigo han inventado
de cubrirlo con la noche
i allí está como amarrado
se ve el animal al coche.

  No hai pensamiento triste
que al preso no lo atormente,
bajo un dolor permanente
agacha ál fin la cabeza
porque siempre la tristeza
hermana de un mal presente.
Vierten làgrimas sus ojos
i en su pena se fastidia;
en esa constante lidia
sin un momento de calma,
comtempla con los del alma
felicidades que envidia.

  Ningún consuelo penetra
detras de aquellas murallas;
el varon de mas agallas,
aunque mas duro que un perno
metido en aque infierno
sufre, jime, llora i calla.
De furor el corazón
se le quiere reventar,
pero no hai sino aguantar
aunque sociego no alcance
¡Dichoso, en tan duro trance,
aquel que sabe rezar!

  Dirije a Dios su plegaria
el que sabe una oracion!
en esa tribulacion
jime olvidado del mundo
i el dolor es mas profundo
cuando no halla compasion.
En tan crueles pesadumbres,
en tan duro padecer,
despues de mui pocos meses;
allí lamenté mil veces
no haber aprendido a ler.

  Viene primero el furor,
despues la melancolía;
en mi angustia no tenia
otro alivio ni consuelo,
con lágrimas noche i dia
A visitar a otros presos
algunos iban ahí.
nadie me visitó a mí
mientras estuve encerrado.
¡Quien iba a embromarse allí
por ver a un desesperado!

  Bendito sea el carcelero
que tiene buen corazon;
yo se que esta bendicion
pocos pueden alcanzarla
pues si tienen compasion
su deber es ocultarla.
Jamas mi lengua podrà
espresar cuanto he sufrido;
en ese encierro metido
llaves, paredes, corrojos,
se grava tanto en los ojos
que uno los ve hasta dormido.

  El mate no lo permiten
ni le permiten hablar,
ni le permiten cantar
para aliviar su dolor
i es tan horrible el rigor
que no lo dejan fnmar.
Cónversamos con las rejas
por solo el gusto de hablar,
pero nos mandan callar
i es preciso coformarnos;
pues no se debe irritar
a quien puede casiiarnos.

  La soledad causa espanto,
el silencio causa horror;
ese continuo terror
es el tormento mas duro
i en un presidio seguro
está demas tal rigor.
Grávenlo como en la piedra
cuanto he dicho en este canto;
por haber sufrido tanto
debo confesarlo aquí
«el hombre que manda allí
es poco ménos pue un santo».

  I son buenos los demas
a su ejemplo se manejan.
pero por eso no dejan
las cosas de ser tremendas,
piensen todos i comprendan
el sentido de mis quejas.
I guarden en su memoria
con toda puntualidad,
lo que con tal claridad
les acabo de decir.
“mucho tendran que sufrir
si dudau de mi verdad”

I si atienden mis palabras
no habrá calabozos llenos,
manéjense como buenos,
no olviden esto jamas:
aquí no hai razon de mas,
mas bien las puse de ménos.
I con esto me despido
todos han de perdonar,
ninguno debe olvidar
la historia de un desgraciaod;
quien ha vivido encerrado
tiene poco que contar.

Nota: adaptación de versos de “La vuelta de Martín Fierro” de José Hernandez, §670 y ss.

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