La muerte del Dictador

  Dicen que se dió un balazo
El Dictador, ofuscado,
Por darse la muerte él,
Más larga cuenta ha llevado.

  En Setiembre diezinueve,
Balmaceda, el inhumano,
Se dió muerte por su mano
De la manera más breve.
Mi pluma aquí no se atreve
A detallarles el caso,
Porque el gran picaronazo,
En completo i sano juicio,
Por no sufrir un suplicio,
Dicen que se dió un balazo.

  Donde el ministro arjentino
Estaba mui escondido,
Porque ya estaba vencido,
Mui cabizbajo i mohino.
Pensando en su cruel destino
I ya mui desesperado,
Tomó un revólver cargado
I un balazo se tiró
En la sien, i se ultimó
El Dictador, ofuscado.

  Tuvo mui buena eleccion
Balmaceda, al escaparse,
Pues que pensó refujiarse
Sólo en una Legacion.
Allí, con justa razon,
Vivió seguro el infiel;
Pero esto no bastó al cruel,
I manchó aquel pabellon,
I no alcanzará perdon
Por darse la muerte él.

  Yo quisiera al Dictadór
Verlo, aun despues de muerto
I cerciorarme que es cierto
Que se mató este invasor.
Despues que tánto valor
Tuvo, por no ser juzgado,
Se mató este desgraciado
I a nadie pidió perdon:
Por morir sin confesion,
Más larga cuenta ha llevado.

  Por último, en pleno dia,
A las ocho, en la mañana,
Se mató en edad temprana
Con risible cobardía.
Porque del pueblo temia
Los furores justamente,
No quiso hacerse presente
Ni su perdon imploró
I el miedo se lo llevo
Despues de ser tan valiente.

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