Miguel Jerònimo Triviño: su desgracia i su muerte.

    En el nombre de Dios Padre
I María soberana,
Dadme licencia, señora,
Para narrar esta plana.
Atended, lector curioso,
De mi pluma la sustancia;
Lo que os digo con certeza
I con pena mui grabada:
    Peñaflor, ese punto,
Un caballero de fama,
Artesano en la herrería
I entendido en la mecánica,
Es conocido por su arte
Que el estranjero no iguala.
De haberes mui moderados,
Don Segundino es su gracía,
Triviño su apelativo,
Con el taller en su casa.
Hijos tiene este señor,
Todos de buena enseñanza,
I a uno de estos varones
Mui de continuo mandaba
A que espendiese las obras
Que en su casa trabajaba.
Un dia a Miguel Jerónimo
Le mandó, pues, que ensillara,
I que en seguida se fuese
A recaudar una plata
Llegó el jóven a Santiago,
I como necesitara
Un corte de pantalón
Se apeó en la calle Ahumada,
Donde habia un español
Que Carrillo se firmaba.
Como dueño de la tienda,
Se alegró de que llegara.
El tendero preguntóle
Si algún jénero buscaba.
Señor, contestó Triviño,
Casimir necesitaba.
Un corte le señaló,
I el comprador, de palabras,
Le dice: qué vale el corte?
A luego respuesta aguarda.
Ocho pesos no mas pido;
Ya ve, la especie no es cara.
Entónces el comprador
Ofrece sin mas mudanza:
Cinco pesos le daré;
Así me atrevo a tomarla.
Se alteró mucho Carrillo,
I dice: esta no es robada.
El de afuera le responde:
Tiene usted la sangre mala.
I qué vino a suceder?
Que, como no cuesta nada,
Al que es lijero de jenio
Se le pinta la desgracia.
Otras cosas se dijeron
A modo de bufonada,,
I entre dimes i diretes,
I de palabra en palabra,
Carrillo sacó un revólver
I a Triviño amenazaba.
El jóven de Peñaflor
Una arma tambien cargaba;
Puso los puntos tambien;
Pero todo era una chánza.
De repente sale el tiro,
I a Carrillo da la bala
Que quedó muerto en el acto
Sin decir una palabra.
Sube a cabállo Triviño
Para buscar escapada;
Pero luego lo rodean,
I entre todos lo insultaban;
I él entre medio de todos
Mui tranquilo se callaba.
Llamaron al vijilante,
I éste lijero piteaba;
Llévanlo de punto en punto
De San Pablo a la posada.
Preguntóle el oficial
Luego cómo se llamaba,
I escribiéndole su nombre
A un calabozo lo manda.
Al otro dia, la hora
Las nueve de la mañana,
Lo presentan al juzgado,
I el juez enojado lo habla:
Dime si eres el autor
De una muerte perpetrada
En medio de tanta jente
Ayer en la calle Ahumada.
To lo turbado el humilde,
De primeras lo negaba;
I el juez lo mandó a la cárcel
I que oscuro lo pasara
El padre cuando supo esto,
Abandonando su casa
Salió como dislocado
I un abogado buscaba
De lo mejor que se nombra,
Para dicha circunstancia.
Puso todos sus esfuerzos;
Pero el juez usó de traza.
A las once de la noche
Fué en persona a donde estaba
Exijendo que le diga
Que de la prisión lo salva.
Sin mas que esto el prisionero
O aquella paloma mansa
Le refiere la verdad
I el juez los grillos le saca
Lo hace firmar lo que habló
I a muerte lo sentenciaba,
I sin pérdida de tiempo
A la corte se le manda.
La corte aprobó como era,
Hé ahí, fué confirmada.
En el Consejo de Estado
Propusieron apelara.
Todo, todo vino en contra
Para que no se librara.
Hubo mui grandes empeños,
De primera aristocracia
Como fue don Benjamin,
Prometiendo su palabra
Que él haria lo posible
A fin de que no dañara
La terminante sentencia
Que ya estaba decretada.
La dama Victoria Prieto
De Larrain titulada,
Las monjas tambien pedian
Conseguir lo que descaban,
Un comandante de abordo
También escribió una carta,
Que no hubiera sacrificio
I era favor que aguardaba.
Su Señoria llustrísima
Fervoroso suplicaba
Qué diré la clase obrera?
Que toda ella se empeñaba
En conseguir el perdon
Para ver si se apiadaba
El padre de la provincia
Que en la Moneda se hallaba.
Entre oradores i poetas
Se vió la mayor constancia,
Implorando a su excelencia
Que la pena conmutara.
A ese tiempo la capilla
Con Triviño se ocupaba,
¡Qué dolor en aquel dia
Que todo el pueblo esperaba!
Eran las seis de la tarde,
Aquella mal opinada,
En que la triste familia
Jemia desconsolada
Se vió entrar el piquete
A ejecutar con las armas
Al cordero maniatado
Con los grillos que pesaban.
En la celda, solitario,
Con un soldado de guardia,
El reo esperaba triste
Que el fatal plazo llegara.
Presto entró el sacerdote
En aquella infeliz sala
I un caballero Verdejo,
El encargado que estaba
De leerle la sentencia
Al que la muerte esperaba,
Lo que no mas fué leida
El padre Eleuterio le habla:
Hijo de mi corazon,
Marchemos, que Dios te llama;
Jesús murió en el Calvario
Por redimir nuestras almas,
De allí se paró el dichoso
I ante el crucifijo clama:
Ten piedad de mi, señor
Que está mi muerte cercana.
Se sentó el padre en el banco
I el reo se arrodillaba,
I le habló secretamente
Sin duda algo le faltaba.
Al padre le dió seis cartas
I el reloj que manejaba
Les pidió perdon a todos
I en el palo se sentaba
Se allegó pronto el verdugo
I la vista le vendaba.
I el sacerdote le dijo:
Al cielo! que Dios te aguarda.
Obligándole tambien
Que a la oración se dignara,
Oh! señor, en vuestras manos
Os encomiendo mi alma,
Desús Maria i José,
Por tres veces replicadas,
Como fuese suficiente
Dividiéndose dos varas
I levantando el florete
El oficial que mandaba,
Los primeros tiradores
Rompen el fuego i descargan,
Quedando el cadáver yerto,
Se consiguió que entraran
Caballeros, i el hermano
A sus lomos lo levanta,
Hizo valor el doliente
I a su hermano le amortaja;
En el instante partieron
Al sepulcro que esperaba.
Ahora pidamos todos
Implorando una alabanza
Por el alma de Triviño,
Que Dios le tenga en su gracia
Como les deseo a todos
Cuando de este mundo salgan.

        NICASIO GARCÍA

        Impreso por P. Ramirez.—Echáurren, 6.

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