El suicidio
DE
D José Luis Santa Marìa.

  El dia cuatro de Mayo
Se esparcia la noticia
Que se habia dado muerte
El señor Santa María.

  Primeramente la jente
Tal suceso no creia,
Hasta que los diarios dieron
Informaciones crecidas.

  En razon era efectivo
Todo cuanto se decia,
Porque se habia ultimado
El señor Santa María.

  Dicho señor subjerente,
Como digo mui preciso,
Era por cierto del Banco
Llamado Valparaíso.

  A las once, mas o menos,
Tal caballero, es decir,
Tomó la puerta del banco
Que acabo de referir.

  Un coche público, advierto,
Tomó como doi a ver,
Para irse a la oficina
De un caballero Meyer.

  Cuando llegó a la oficina,
Al señor Meyer no halló,
I sin tardanza ninguna
Al banco otra vez volvió.

  Antes de llegar al banco
Aquel desgraciado ser,
En el trayecto encontró
Al caballero Meyer.

  Pues habiéndolo encontrado
Lo hizo subir al carruaje,
I al banco se dirijieron
Aquellos dos personajes.

  En la oficina del banco
Un corto instante estuvieron,
I a la oficina de Meyer
Ambos dos se dirijieron.

  Una vez que ya llegaron
A la oficina aludida,
Subió al coche al poco instante
El señor Santa María.

  Al cochero le indicó
En aquel instante fiel
Que lo llevase en el acto
A la oficina de él.

  Pero antes de que llegase
A la oficina ese dia,
Cambió determinacion
El señor Santa María.

  Entonces dijo al cochero
Con presteza estraordinaria,
No cortes a mi oficina,
Sino a la Penitenciaria.

  A la parte referida
Una vez que ya llegó,
Por el superintendente
En el acto preguntó.

  Pero no habiéndolo hallado
En esos casos fatales,
Se fué al cuarto de bandera
I habló con dos oficiales.
  Si acaso habia un empleado
Preguntaba con voz grande,
Para que fuese a llamarle
A don Salustio Fernandez.

  Al Banco Valparaiso
Espresaba que era el punto,
Pues porque con él tenia
Que arreglar varios asuntos.

  El oficial estrañaba,
En tal caso doi a ver,
De que viniendo del banco,
No hubiese hablado con él.

  Pero no habiendo un empleado
Para su mando, salió
A la puerta de la calle,
I al mismo cochero halló.

  Encargó al cochero mismo
En aquel dia fatal,
A don Salustio Fernandez
De que le fuese a buscar.

  Una vez que ya se fué
El cochero en aquel dia,
Volvió al cuarto de bandera
El señor Santa María.

  Un poco antes de la una,
Se tocó, como aqui advierto,
A tropa sin dilacion,
Para el relevo, por cierto.

  Por razon obligatoria
El oficial ese dia
Lo tuvo que dejar solo
Al señor Santa María.

  I cuando ya se retira
El oficial referido,
Se dispara dos balazos
El caballera aludido.

  Cuando la detonacion
Dió el estrépito grandioso,
Acudieron en el acto,
I ven el cuadro horroroso.

  En una silla sentado
El señor Santa María,
El revólver en la mano,
I sin aliento de vida.

  Oh! qué escena sorprendente
Fué la que ahí presenciaron!
En aquel mismo momento
A un practicante llamaron.

  Los auxilios le prestó
El practicante por cierto;
Pero inútiles le fueron,
En virtud que ya era muerto.

  Sin demoracion alguna
I sin mayor abstinencia,
De tan terrible suceso
Dieron parte a la Intendencia.

  Pocos instantes despues
De haberse telegrafiado,
Llegaron dos caballeros
A aquel sitio desgraciado,

  Entre los cuales venia,
Según lo que el diario advierte,
El caballero Fernandez,
A quien buscaba el inerte.

  Otro momento mas tarde
El juez del crimen llegó,
I sin tardanza ninguna
El sumario levantó.

  Por fin, amados lectores,
Les suplico por derecho,
Dispénsenme este romance,
Que a la lijera lo he hecho.

       PEDRO VILLEGAS

Impr. de P. Ramirez.—Echáurren, 6.

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