La mentira más grande

La mentira más grande
por Zoilo Cámela, poeta popular de Santiago

En Doñihue hubo un rodeo
por los tiempos de cuantuá
que dejó lua tendalá
de recuerdos, según creo.
Fué con fondas, bailoteo,
topiaúras, ensacaos
y toos los agregaos
que en estas fiestas camperas
mandarumas, verdaderas,
aliman los hacendaos.

Acudió gente al rodeo,
que con tiempo se anunció,
de Rancagua, Curicó,
Rengo, Requingua, Aculeo,
y pueblos de veraneo
bien largo de enumerar.
Me basta con mencionar
que jueron de Curimón,
de Tarca, de Conceución,
Melpareiso y Viña el Mar.

Angora vamos al grano:
Pasó de quí a una ramá,
en que oía la gallá
cantar ende muy temprano
a lo divino y l’humano
llegó un lote de tarquinos
y otro lote e santiaguinos
que se miraron muy mal;
y se trenzaron formal
a discutir pelgaminos.

Pronto ahí se descubrió
que era un tarquino Donoso
sumamente mentiroso,
como así mesmo pasó
con otro que resultó
ser en mentiras un pillo,
el santiaguino Murillo.
Con tal motivo formaron
discusiones y acordaron
un desafío sencillo.

A aquel de los dos nombraos
que en esta fiesta precisa
contara la más maciza
mentira, queó acordao,
darle en premio un colorao
de los de a cien. Hubo enreo
de apuestas que daba mieo
y, cuando ya por lo visto
estuvo too bien listo,
empezó el tarquino queo:

– “En un día de calor
que subía recabriao
el volcón Descabezao,
muerto de sed bebí yo
del agua que me brindó
una cascá al tropezar.
Decidío a descansar,
allí mesmo me acosté
¡y qué susto me llevé
al tiempo de dispertar!

– “¡Imagínese mi cara
al hallarme frente al lión!
Esperaba el picarón
de que el sueño me dejara
y verme vivito para
manducarme. Entonces jue
que pá salvame invoqué
¡En el nombre sea e’ Dios!
Y a pulso, con estas dos,
por el chorro me trepé”.

El santiaguino, a su turno,
de este otro modo empezó;
– “Una vez jui a casiar yo
de Cocalán a ese fundo;
y su dueño con prefundo
cariño me atendió en él,
sirviéndome rica miel
y coquitos confitaos.
Renunquita lo hey pasao
tan bien como allí pasé.

“Sucedió que cierto día
me largué con toa calma
hacia el tumulto de palma
que hasta lejo se extendía.
La tierra se orgullecía
con esas reinas troncúas
que se elevan melenúas
aquí en mi patria adorá.
En ninguna parte más
hay palmas tan linajúas.

“Cuando el sol se las echaba
quise golver a la casa;
pero vean qué me pasa:
¡perdío en el bosque estaba!
Y, pa ver si me orientaba,
a una palma me subí
por un cordel que ella ahí
colgao tenía puesto,
qui un coquero, por supuesto,
se olvió, lo compriendí.

“Estando bien encumbrao,
el cordel me le cayó
¿Cómo angora bajo yo?
me dije muy asustao.
Grité com’un condenao
y naide me respondía.
Con la cabeza aturdía,
se me le ocurrió cortar
dos hojazas di acunar
que los racimos tenían.

“Tomé en las manos las dos,
salté, enseguía, al espacio;
y, borniándolas despacio,
invoqué con juerte voz:
¡En el nombre sea e’ Dios!
Y aletiando y aletiando,
contento me juí volando,
cual pájaro vagamundo,
p’al edificio del fundo
onde estábanme esperando”

Ambos mentirosos jueron
por toos muy aplaudíos,
pero ninguno elegío
sus partidarios tuvieron
los votos contados dieron
un perfeutísimo empate.
El juez, un viejo magnate,
mandó quí otra papurrucha
contaran los dos en lucha
pá conseguir desempate.

El tarquino jue el primero
desinao a continuar;
y, apenas logró empezar
diciendo en tono severo:
– “Hubo en Tarca un caballero”
el santiaguino exclamó:
– “Párele, no siga, no
me ha ganado con largueza,
mentira más grande que esa
nunca inventar podré yo”.

Volver