Las quejas de un difunto

Las quejas de un difunto
por Azucena Roja, poetisa popular de Santiago

Una carta misteriosa
recibí aquella tarde
y sin hacer mucho alarde
yo la abrí muy presurosa;
Muy pálida y temblorosa
la leí apresurada
pues ésta estaba firmada
por alguien que ya no existe
y el carácter que reviste
aquí va de una plumada.

“Me dirijo a usté en su punto
enviándole esta misiva,
para que en verso transcriba
las quejas de este difunto;
“Y aquí va todo el asunto
por lo que estoy indignado
y que me siento obligado
a tal punto a reclamar,
para poder descansar
en este Campo Sagrado”.

“Al morir creí encontrar
la paz en el cementerio
y aquí en estos misterios,
de la vida, descansar;
Errado estuve al pensar
que tal cosa así sería
porque en esta tumba fría,
hay paz sólo por las noches.
Lo demás es puro boche
que se escucha todo el día”.

Dicen hipócritamente
al venir a sepultar:
“que la paz de este lugar
tuya sea eternamente”;
Pero así al día siguiente
a un señor encopetado,
lo traen acompañado
con mucho bombo y platillo
y con el mismo estribillo
lo mismo le han deseado”.

“A ese señor le han rendido
honores con gran regalo,
porque no hay ni un muerto malo
aunque un truhan haya sido;
Yo fuí un minero sufrido
y en el campo producí
mi sangre a la patria dí
y en silencio fuí enterrado
y a nadie le fué importado
el valor que había en mí”.

“Morí en la calle botado
y la noche fué testigo.
Pobre fuí, como castigo
por haber sido hombre honrado;
Hoy me encuentro aquí enterrado
y quiero paz con razón
y he sentido indignación
al ver que tantos honores
rinden inmerecedores
al que fué un vivo y ladrón”.

“Y se acerca “nuestro día”
un suicidio nuevamente,
pues vendrán nuestros parientes
con toda su algarabía;
Empiezan las romerías
y las bandas a tocar.
Y yo con todo pensar
les reclamó este suplicio,
pues con todo este bullicio
me van a resucitar”.

Y hasta aquí su pluma deja
el muerto que me escribió
y que helada me dejó
su carta que no semeja;
Encuentro justa su queja,
los tiempos están cambiados.
Todo ha sido renovado
y reina la vanidad
y hasta de la eternidad
piden la paz que han deseado.

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